La familia del parricida de Ribera de Arriba «teme» que «se vuelva a abrir la herida»: «Sabemos que esto no ha acabado»

La Voz REDACCIÓN

ASTURIAS

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Familiares de Pablo Muñiz remiten una carta a todos los medios de comunicación para opinar sobre el trato informativo del suceso: «Ha excedido la contextualización necesaria»

24 abr 2024 . Actualizado a las 10:46 h.

La familia de Pablo Muñiz, el hombre de 46 años que decapitó a su padre en la localidad de El Picón, en Ribera de Arriba, se ha puesto en contacto con la Asociación de Familiares y Personas con Enfermedad Mental de Asturias (Afesa) con el fin de hacer llegar una carta a los medios de comunicación de cara a «abrir un debate sobre el tratamiento informativo». «Después de esta semana horrible sabemos que esto no ha acabao y tememos que la herida vuelva a abrirse mañana, o cuando comience el juicio», reflejan los familiares en el escrito, divulgado a todos los medios de comunicación.

Bajo el punto de vista del hijo de Miguel Ángel Muñiz, hermano del presunto asesino, «el tratamiento informativo que se ha dado, en nuestra opinión, ha excedido la contextualización necesaria para entender la noticia». «Hablo no sólo en mi nombre, sino en el de mi familia y, estoy seguro, de muchas otras familias que han sufrido, como la nuestra, los estragos que una enfermedad mental puede hacer, en quien la padece y en su entorno», explica en la carta, en la que opina que «casi podría decirse que, en algunos casos, el amarillismo más histriónico fue la guía, sin otro sentido que el de mantener un clímax sostenido de un bizarrismo imposible, pues el propio hecho no dejaba lugar para escalar en lo más profundo y negro del comportamiento humano».

Además, el escrito añade que «las palabras se las lleva el viento, pero no las que se publican ni las que se emiten: ésas continúan después en el tiempo. Es por esto que sentimos la urgencia de dirigirnos a ustedes, con la esperanza de lograr comprensión y empatía para quienes somos víctimas de hechos tan dolorosos y de unos modos de narrarlo que, lejos de contribuir a superar el duelo, abocan a la desesperación del recuerdo constante».

A continuación se reproduce de forma íntegra el escrito remitido.

Estimados medios de comunicación,

Nos dirigimos a ustedes con la profunda necesidad de reflexionar sobre el impacto de sus acciones en las vidas de las personas que se ven envueltas en situaciones trágicas y dolorosas.

Soy hijo de la persona recientemente asesinada en Ribera de Arriba, hermano del responsable de este acto atroz. Hablo no sólo en mi nombre, sino en el de mi familia y, estoy seguro, de muchas otras familias que han sufrido, como la nuestra, los estragos que una enfermedad mental puede hacer, en quien la padece y en su entorno.

La muerte de un ser querido siempre es dolorosa, pero cuando se produce en las circunstancias tan terribles, en la forma y autoría, como las que nos ha tocado vivir a nosotros, ese dolor se convierte en un tormento.

Antes de continuar, queremos aclarar que esta carta no está dirigida a un medio o a un profesional en particular, ni supone, tampoco, una censura concreta a ninguno de ellos. Como decía al inicio, el objetivo es abrir un debate sobre cómo se informa sobre determinados asuntos, pues ese cómo tiene efectos que influyen de forma decisiva en las otras víctimas concernidas, implícitamente, en los mismos, con impactos negativos que se añaden a los que ya estamos viviendo.

Al igual que el tratamiento de alguno de los crímenes más impactantes de este país supuso un antes y un después en la narración de sucesos particularmente escabrosos, o el cambio en el abordaje de los asesinatos por violencia de género, esperamos que ahora podamos sentar las bases para revisar cómo informar de casos tan dramáticos como el que a nosotros nos toca vivir.

Entendemos que un suceso de este calibre sea recogido por los medios de comunicación y esta carta no pretende cuestionarlo. Otra cosa es el tratamiento informativo que se ha dado que, en nuestra opinión, ha excedido la contextualización necesaria para entender la noticia. Casi podría decirse que, en algunos casos, el amarillismo más histriónico fue la guía, sin otro sentido que el de mantener un clímax sostenido de un bizarrismo imposible, pues el propio hecho no dejaba lugar para escalar en lo más profundo y negro del comportamiento humano.

Lo peor es que, después de esta semana horrible, sabemos que esto no ha acabado y tememos que la herida vuelva a abrirse mañana, o cuando comience el juicio, en un mes o en un año, recuperando imágenes y relatos que no siempre se atuvieron a la verdad, con informaciones erróneas y hasta inventadas. Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero no las que se publican ni las que se emiten: ésas continúan después en el tiempo. Es por esto que sentimos la urgencia de dirigirnos a ustedes, con la esperanza de lograr comprensión y empatía para quienes somos víctimas de hechos tan dolorosos y de unos modos de narrarlo que, lejos de contribuir a superar el duelo, abocan a la desesperación del recuerdo constante.

La víctima era padre, abuelo, hermano, tío; y su victimario una persona que es también una parte de nuestra familia cuya situación nos hace daño y rompe.

Sabemos que existen códigos deontológicos, como el de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), o el Código Europeo de Deontología del Periodismo, y hasta una guía de estilo sobre Salud Mental del Ministerio de Sanidad. Sinceramente, creemos que ninguna de ellas se ha seguido en este caso y en tantos otros que afectan a personas que padecen algún tipo de enfermedad mental. Quizás discrepen de esta visión, pues es duro a veces hacer una autoevaluación para comprobar que nuestra responsabilidad social, en su caso, como profesionales de la información, no ha mantenido una consideración adecuada hacia aquellas otras víctimas que, a diferencia del fallecido, tienen que sobreponerse al dolor y seguir caminando con la dura carga de un parricidio.

La enfermedad mental ha estado estigmatizada por siglos y, a pesar de los avances, todavía queda un largo camino por recorrer. Se trata de una situación que no es consecuencia, obviamente, de los medios de comunicación que, como mucho, replican lo que, desgraciadamente, existe en nuestra sociedad. Sin embargo, en unos momentos en los que se debate sobre enfoques más humanos de la realidad, en una época en la que, por primera vez en la historia, se trata de desestigmatizar a quienes padecen una enfermedad mental, creemos que es necesario exigirles, por su papel clave en la generación de conciencia y de transformación social, el máximo compromiso para abordar este tipo de informaciones con el máximo respeto.

Las palabras hacen daño, mucho daño, y la repetición de estereotipos negativos solo contribuye a un sensacionalismo innecesario. Frente a ello, la labor de los medios de comunicación debe servir también como un contrapeso que contrarreste ese otro universo paralelo que son las redes sociales, que han servido de forma paralela como un macabro altavoz sin el menor respeto, rigurosidad, consideración ni empatía.

Creemos que ese nuevo abordaje debe intentar proteger la identidad de las personas, y eso incluye no sólo evitar el uso de nombre completos, sino también de otro tipo de datos que permiten su identificación, como fotografías de la casa, o la inclusión de otros datos, gráficos o imágenes que contribuyen a aumentar el dolor de las víctimas, en una recreación innecesaria de datos morbosos y hasta macabros.

Apelamos, pues a los códigos deontológicos y sobre todo a su sentido de la humanidad para favorecer una nueva dinámica que permita encontrar el equilibrio necesario entre la información y la protección del bienestar emocional, o al menos, de no contribuir a su desestabilización, de las personas afectadas por tragedias como la nuestra.

Atentamente